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Tarde de #amigas y #scrapbooking

En esta nueva etapa de mi vida en la que cada vez las ocasiones de ocio compartidas se reducen más, he decidido apuntarme a todo lo que me ofrezca la vida. Cenas, comidas, salidas deportivas, clases de equitación, campeonatos de hula hop… en el fondo da igual si eso me va a permitir pasar un buen rato, aprender algo y conocer gente.
Una de las cosas que me surgió por sorpresa hace un par de semanas fue un curso de cómo hacer mini albums en scrap booking.
El sábado por la tarde, mis amigas de la universidad y yo nos fuimos a conocer a Ana Maestre, la profe de Scrap que nos tuvo cuatro horas y media entretenidas con su arte, su buen hacer y su compañía. Seis chicas deseosas de aprender esta técnica que tan buenos ratos nos dio y seguro que nos dará de cara a los regalos navideños.
Para los que no lo conocéis, el scrap es el arte de hacer cosas “de retales”, con un trocito de aquí, un cachito de allá, telas, tintas, pegamentos, papeles… añadiendo diferentes artes, texturas, materiales, troqueles…, para luego obtener un resultado donde “todo vale”. Agendas, álbumes, cuadros, libretas…, pueden ser tu lienzo para empezar.

Nos dieron el material para el curso, un libro de diferentes papeles de colores, seis cartulinas, dos tapas de cartón duro, pegamento de doble cara en dos formatos, lápices, troqueles, cuttex, reglas, latex, tijeras… Con eso se suponía que construiríamos nuestro propio álbum de fotos.

Lo que más difícil parecía, que era elegir los papeles para hacer la composición se solucionó enseguida puesto que Ana decidió por nosotras y ya tenía la gama cromática elegida. El resto fue todo coser y cantar, recorta por aquí, monta por allá, pega por este lado, ponle la tela… pero lo que causó sensación total fue la troqueladora. Esa maquinita tan mona que te hace flores, te recorta llaves, te cuadra etiquetas, vamos, que nos deja el interior del álbum de lo más mono.

Poco a poco el álbum empezó a tomar forma y se fue viendo el resultado de lo que sería, ahora sólo faltaba decorar a nuestro gusto y darle nuestro toque personal.

Finalmente acabamos la tarde y cada una teníamos nuestro álbum, todas con el mismo modelo pero cada uno diferente, como nosotras mismas.

Realmente fue una tarde muy agradable, con una compañía insuperable, con muchos recuerdos, muchas risas y buen humor y acabamos con una gran cena y con nuestro magnífico álbum de fotos hecho por nosotras, ahora a ver a quién le toca como regalo navideño. Se admiten apuestas.

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¡Me encantan las #bodas!

Me encantan las bodas.

Así, sin más, lo digo abiertamente y sin tapujos. Yo, que soy esa persona que no tiene pareja, que no se ha casado nunca y que duda si alguna vez lo hará, lo reconozco, me encantan las bodas. Y conste que me gusta el concepto boda en el más amplio sentido de la palabra.

Me gustan las bodas por todo lo que conlleva organizarla, ¡por el espectáculo! Como me gusta decir a mis conocidos, pero también por los 15 días de vacaciones, por los regalos y por el viaje de novios.
Ya, ya, me lo he oído decir muchas veces a mí misma y sé cómo suena, pero es la pura realidad. En la sociedad en la que vivimos, creo que es mucho más comprometedor con la otra persona el hecho de compartir un mismo techo, tener un hijo o incluso firmar un préstamo que el matrimonio en sí. Un matrimonio es un contrato entre dos partes que, si falla, se puede romper en una semana y con unos 300 euros; todo lo demás implica muchas más dificultades, muchos más problemas y seguro que mucho más tiempo y dinero.

Me gustan las bodas, sobre todo esas en las que puedes participar, y sabes los secretos, aunque no todos, y te sientes parte importante del evento en sí. Esas en las que te emocionas cuando ves a los novios entrar en el lugar de la ceremonia, en las que sabes que una lagrimita o un millón se te van a escapar, esas en las que eres el primero en llegar y el último en irte porque no te quieres perder ni un minuto de lo que ahí sucede.
Bodas en las que has sufrido los ataques de histeria de la novia, en las que has organizado hasta la última despedida de soltera, en las que has preparado con mimo lo que vas a decir, lo que te vas a poner o a quién vas a llevar.
Bodas en las que no te importa madrugar para estar ahí la primera, en las que has ayudado a elegir un vestido y te has emocionado cuando descubres que es el vestido perfecto. Bodas en las que has sabido hasta el último detalle del viaje de novios y te lo han contado tan bien que parecía que tú estuvieras allí viviéndolo con ellos.

En definitiva, ¡bodas que has vivido!

En la última boda especial en la que he estado se leyó un poema de un señor Libanés que descubrí cuando fui a Líbano pero del que no había vuelto a oír hablar, Khalil Gibran.

Este poeta refleja tan bien lo que yo entiendo por el matrimonio, que creo que merece la pena ponerlo aquí para tenerlo presente y recordárselo a la gente y recordármelo a mí misma si alguna vez me surgen las dudas.

El Matrimonio:
“Nacisteis juntos y juntos para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos en la memoria silenciosa de Dios.
Pero dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.
Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos el uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga,
porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos,
porque los pilares del templo están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.”

Una visión muy actual de lo que yo considero que es el matrimonio y la pareja y lo escribió en 1929 y era libanés, algo que le da aún más mérito a esas palabras.